A veces parece que el mundo nos empuja a saber exactamente qué queremos hacer con
nuestra vida desde el principio. Pero, ¿Qué pasa cuando no lo sabes?. Crecer sin un propósito claro, o sin saber identificarlo, puede ser profundamente doloroso. Llegar a la adultez con habilidades y talentos, sintiendo que podrías hacer tantas cosas, pero sin aterrizar en ninguna, te deja con una sensación de vacío o de estar perdida. Es como caminar por un sendero que no lleva a ningún lado, como si estuvieras atrapada en una rutina que te paga por tu tiempo, pero no llena tu corazón. Una prisión silenciosa en la que el carcelero es tu propia incapacidad de ver tu valor y hacia dónde dirigirlo.
nuestra vida desde el principio. Pero, ¿Qué pasa cuando no lo sabes?. Crecer sin un propósito claro, o sin saber identificarlo, puede ser profundamente doloroso. Llegar a la adultez con habilidades y talentos, sintiendo que podrías hacer tantas cosas, pero sin aterrizar en ninguna, te deja con una sensación de vacío o de estar perdida. Es como caminar por un sendero que no lleva a ningún lado, como si estuvieras atrapada en una rutina que te paga por tu tiempo, pero no llena tu corazón. Una prisión silenciosa en la que el carcelero es tu propia incapacidad de ver tu valor y hacia dónde dirigirlo.
Por otro lado, tener tu vocación clara tampoco garantiza la libertad. Saber que “esto es lo que haces bien” puede sentirse como una etiqueta que nunca te puedes quitar, como si fuera el único camino. ¿Y si quieres cambiar? ¿Y si mañana decides explorar algo diferente?.
Esas personas que siempre han sabido cuál es su camino no despiertan alguna vez pensando: “¿Y si pudiera ser alguien más? ¿Me atrevería a intentarlo?”.
Lo que hacemos, a menudo, está ligado a cómo queremos ser percibidas. ¿Quién serías si no hicieras lo que haces hoy? ¿Qué sacrificarías para sentirte más tú? Estas preguntas pueden incomodar, pero también son necesarias para entender hacia dónde dirigir nuestros pasos.
Cuando has intentado encontrar “eso” que amas durante mucho tiempo sin éxito es normal frustrarte. Pero a veces la respuesta no está en seguir buscando afuera, a veces es momento de detenerte, y escuchar lo que ya llevas dentro. A veces no se trata de buscar con más fuerza, sino de observar con más honestidad y darse cuenta que poner en pausa no es rendirse; es darte espacio para conectar contigo misma.
No todas vivimos nuestra vida profesional de la misma forma, y eso está bien. Hay quienes disfrutan explorando caminos nuevos constantemente, y hay quienes encuentran su paz dedicándose a un solo rincón de su mapa, explorándolo a fondo. Ambas formas son válidas. No se trata de elegir la mejor opción, sino de elegir lo que más resuene contigo.
A veces nos venden la idea de que tener un propósito claro es como tener un mapa perfecto: “Si supiera exactamente qué hacer, podría llegar más rápido”. Pero la vida no es tan simple. Aun cuando sabes dónde quieres ir, puedes fallar, desviarte, o darte cuenta de que el camino no era como lo imaginabas. Y está bien. No siempre se trata de llegar rápido, sino de aprender a caminar con calma.
Quizá no necesitemos perseguir grandes sueños todo el tiempo. Tal vez el secreto esté en vivir con intención, en aprender a vivir con lo que el presente nos ofrece. ¿Qué pasaría si soltaras un poco la presión de tener todas las respuestas? ¿Si confiaras en tu brújula interior para guiarte, paso a paso?.
Es algo que yo misma necesito recordarme con frecuencia: no siempre hay certezas, no siempre vas a tener todas las respuestas y eso no significa que estés perdida. Aceptar este pensamiento puede doler o ser confuso al principio, pero en esa aceptación también hay paz.
Tu camino no tiene que parecerse al de nadie más, y eso lo hace único.
