La depresión es como una nube espesa que no solo cubre tu capacidad de disfrutar, sino que también te frena de realizar incluso las cosas que antes amabas. Para mí, leer siempre había sido un refugio, pero en esos días, abrir un libro parecía una tarea imposible (y créeme que lo intente muchas veces). Mi mente estaba dispersa, la concentración era inexistente, y cualquier intento de leer terminaba con el libro cerrado tras unos pocos minutos. Me sentía desconectada de todo lo que alguna vez había significado algo para mí (no solo los libros).
Cuando retomé terapia, mi psicóloga me sugirió algo que en ese momento me pareció extraño: "fuérzate a leer cada día, aunque no prestes atención, aunque no recuerdes lo que leíste". Su consejo no era tanto sobre entender la lectura, sino sobre volver a conectar con el acto mismo, con ese hábito que en algún momento había significado tanto para mí. Al principio, fue como tratar de perforar una nube densa. Las palabras se sentían lejanas, como si estuvieran flotando en un lugar al que mi mente no podía llegar. Sin embargo, con cada página, fue como si pequeños rayos de sol comenzaran a filtrarse a través de esa nube. No ocurrió de inmediato, pero día tras día, ese pequeño acto de abrir un libro, incluso cuando no tenía ánimo, empezó a hacer una diferencia.
Leer se convirtió en mi herramienta para comenzar a disipar esa nube. No importaba si al principio solo lograba leer una página o si tenía que volver a releer párrafos enteros porque mi mente divagaba. Lo importante era intentarlo, darme esa oportunidad de volver a algo que una vez amé. Y, poco a poco, esos pequeños rayos de sol se convirtieron en luz suficiente para iluminar partes de mí que creía apagadas.
La lectura, como hábito, tiene algo mágico. No solo es una forma de entretenimiento, sino que también puede ser un acto de autocuidado. En medio de mi depresión, leer se convirtió en un espacio para escapar, para experimentar emociones que mi mente parecía incapaz de generar por sí sola. Fue una manera de volver a sentir. Pero también me ofreció algo más: un pequeño propósito. Cada página que leía era un logro en sí mismo, y en una etapa donde todo parecía carecer de sentido, esos pequeños logros eran gigantes.
No fue un proceso fácil. Mis ganas de leer eran inexistentes, cada página parecía un peso más que un alivio. Pero, curiosamente, al obligarme a hacerlo, me di cuenta de que, a veces, obligarnos a hacer cosas que amamos, incluso si no tenemos ganas en ese momento, puede ser una forma de reconectar con nosotros mismos. No es una obligación que venga desde la culpa, sino desde el amor propio: una forma de decirnos que seguimos importando, que nuestras pasiones aún son válidas.
A medida que avanzaba con los libros, también empecé a sentirme más conectada con el presente. Encontraba en ellos esa compañía que mi mente y me alma necesitaban. Aunque en 2024 solo terminé tres libros, cada uno de ellos fue un peldaño hacia mi recuperación emocional. La lectura me ayudó a recordar que, aunque la vida puede ser difícil, siempre hay algo que puede encender esa chispa interior.
Si estás atravesando un momento difícil, mi consejo es este: busca algo que te apasione, algo que te haya hecho sentir vivo en algún momento. Y si no tienes ganas de hacerlo, inténtalo de todos modos. Oblígate, pero no desde un lugar de exigencia, sino desde un lugar de cuidado. A veces, las pequeñas acciones son las que tienen el mayor impacto. Y quién sabe, tal vez, como a mí, leer ese primer libro te ayude a encontrar un camino de vuelta a ti mismo.
